Casi dos décadas atrás.
La noche era fría en el Raurin. El Desierto de Polvo se extendía por donde alcanzaba la vista.
La experimentada caravana avanzaba erráticamente
.
La expedición había partido en su inicio desde el puerto de Suzail, recorriendo con buen viento y gran suerte el temido Mar de las Estrella Fugaces.
Había sido una larga travesía remontando el Lago Draco hasta el mismo Lago de la Estrella brillante, donde habían desembarcado para proceder a internarse en el Raurin.
El objetivo era alcanzar las ruinas de Raudor.
Con el oro y los objetos adecuados contrataron los servicios del Gremio de los Viajeros de la Arena. Y así un pequeño grupo de media docena de hombres y mujeres, conformaron con el Gremio una caravana decidida a internarse en el temido desierto de la Desolación.
El viaje, ya de por si largo en su tramo por aguas, se tornaba aún más lento y agotador por este nuevo mar de arena. Los días se convertían en jornadas interminables en las que el Sol secaba y quemaba la piel.
Las noches, por el contrario, se tornaban gélidas.
No era un viaje fácil. Y menos para Rose Marie.
Había iniciado el viaje sin saber de su estado, o tal vez había iniciado el mismo durante la expedición, la cual ya constaba de 9 meses desde su inicio.
Y ahora, en mitad del Raurin, en una noche donde el suave viento portaba el silencio, la mujer gritaba.
Una de las mujeres del Gremio se hacía cargo de ella en una tienda, mientras los compañeros permanecían fuera.
Con cierta inquietud por parte de los Viajeros de la Arena, quienes simulando atender los camellos peludos, no quitaban ojo de la tienda.
En su lengua se escuchaban lo murmullos que arrastraba el viento.
Murmullos de desaprobación. Murmullo de temor.
Dentro de la tienda Rose Marie sufría. El parto se complicaba y la mujer que la atendía veía como la situación se le escapaba de las manos.
La cabeza del bebé emergía con el cordón umbilical rodeándole el cuello.
Los gritos, la sangre, el tiempo agotándose.
La mujer echó mano a la empuñadura de su cinto y desenvainó la jambia.
- Óyeme, Anhur. Escúchame, Set. Atiéndeme, Thot. Os imploro que me guieis. Que guieis mi mano y mi hoja. Ayudadme en esta noche.
La mujer besó la hoja de la jambia, se la puso en la frente con los ojos cerrados... y al abrirlos, actuó.
En el exterior de la tienda las inquietudes aumentaban.
Los expedicionarios escuchaban los murmullos, cada vez más altos, los gritos de su compañera. Se abrigaban del frio que les invadía, ya fuese producto del Raurin o del presentimiento de que algo malo sucedía.
Los gritos de Rose Marie seguían sucediendo, cuando cimitarras y alfanjes captaron el brillo de la luna y las estrellas de la noche del desierto.
La sangre bañó la arena y en medio de la breve contienda, se hizo el silencio.
Uno de los Viajeros de la Arena comenzó a introducirse en la tienda cuando el silencio de la noche fue nuevamente roto.
Por el llanto de un bebé.
Jeredie
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