El día en que la vida de Altair, dió un giro de 90º, amaneció con un sol resplandeciente. Las tormentas de los últimos días habían dejado las aguas que bañaban Ímpeltur mucho más tranquilas. Su padre había regresado de la reunión del Consejo de los Señores y todo apuntaba a que se ampliarían las patrullas adicionales para contrarrestan los ataques de las criaturas que acechaban los caminos. Pero Sir Alvar, tenía otros problemas de los que preocuparse. Hacía varias décadas que protegía la ciudad portuaria de Hlammack, como paladín del reino, y aunque los pactos de vasallaje habían dados sus frutos, y se vivía relativamente con tranquilidad, siempre existía la continua amenaza de los intentos de hurto a la casa de la moneda.
Además algunos rumores apuntaban que la Reina Sambryl, cada vez depositaba más poder en la mano de sus consejeros y se dedicaba a inspirar a su gente, viajando y visitando cada ciudad como un simple elemento decorativo. Estos rumores despertaron las envidias y el nacimiento de intrigas políticas para acceder al poder, que nunca se habían dado con el anterior monarca Imphras II. Pero Sir Alvar, confiaba en todos y cada uno de los señores que habían protegido su preciada tierra y a sus gentes. Se habían protegido numerosas veces y habían luchado codo con codo para conseguir la victoria. Y cuando uno llamó a su puerta, tras una travesía por mar, no dudó en recibirlo como a un hermano. Lástima que pensara que un corazón puro no podía pudrirse, porqué fue justo lo que se demostró esa misma noche.
Tras la cena de bienvenida, los presentes empezaron a notar el veneno recorrer su cuerpo. Sir Alvar, ante el primer caído, solo tuvo tiempo de correr a los aposentos donde descansaban sus hijas, e instarlas a buscar refugio huyendo por los pasadizos secretos del castillo. Pidió al guardián de su puerta y a las doncellas que las cuidaban, que jamás volvieran. Altair, vió la expresión macilenta de su padre y una luz divina que lo envolvía, haciendo que recuperara su rostro afable. Sonrió y empujó a la niña tras la puerta secreta, justo en ese momento los soldados enemigos entraron en tropel a la alcoba. Altair se quedó muy quieta escuchando las últimas palabras de su padre. Y viendo estupefacta como el que consideraba como su tío Brumm, lanzaba una daga atravesando la garganta de su progenitor.
-¡Qué no quede ningún testigo. Acabad con todos!- Bramó y salieron todos vitoreando.
Altair entreabrió la puerta y pasó por la estrecha apertura, a pesar de las insistencias de su protector. Se agachó y cerró los párpados de su padre, dándole un beso en la frente y arrancando la daga que había acabado con su vida. Y en ese momento juró que un día se vengaría de tremenda traición, aunque fuera lo último que hiciera.
Dos días más tarde, la reina Sambryl, declaraba la gran pérdida de uno de sus consejeros por envenenamiento, la culpa recayó sobre una compañía de juglares y trovadores que habían sido contratados a una cena, viles ladrones que solo querían tener el camino despejado para robar la casa de la moneda. Por suerte, el caballero Sir Brumm, leal amigo de Alvar y ferviente defensor de los intereses de la corona, había acabado con los atacantes. No quedó nadie en pie, una gran tragedia.
No encontraron supervivientes, aunque algunos no tocaron la comida, los pocos sirvientes y soldados que tenían guardia en los accesos de las murallas Pero por raro que pareciera, no se halló ninguno de sus cadáveres y acabaron dándoles por muertos.
Sir Brumm, se acomodó en el castillo. Todo había salido como había planeado, solo quedaba zanjar un pequeño detalle. Encontrar a las mocosas y acabar con sus vidas, no debía ser muy difícil encontrar a unas damitas de alta cuna.
Altair, jamás volvió a ver a sus hermanas. Largas semanas pasaron antes de que su protector decidiera hacer un alto en el camino. Para escapar, la habían envuelto en un saco, y viajó a lomos de un caballo que parecía que nunca necesitaba descanso. El escudero al que fue designada, no era más que un principiante pocos años mayor que ella, y poco sabía de cómo cuidar a una niña. Solo la llevó lejos, pensando en arribar a Aguas profundas, donde tenía familia lejana, y esperaba que le ayudaran con la tarea. Pero, unas fiebres, en el camino, terminaron por vencer a su guía y protector, que en todo momento pensó en el deber con su antiguo señor. Y le aconsejó que para su protección, se pareciera menos a ella y mucho más a él.
Así fue como Altair, Tali para su familia y amigos; emprendió su viaje sola, con una armadura masculina y una vieja espada. Estaba tan sucia y desaliñada, se sentía tan desdichada y sola, que cada viajero que se cruzaba en su camino la confundía con un muchacho desgarbado, escapando de casa con aires de encontrar algún tipo de aventura y gloria.
Años después llegó a Nevesmortas, con un hambre voraz y sin haber conseguido nada más que continuar con vida, quizás encontrara un nuevo reto que la hiciera enterrar sus ganas de venganza, o quizás simplemente se ofreciera en el templo de Yelmo para ayudar de cualquier modo. La cuestión era que necesitaba salir de esa sensación de letargo y pesar que la consumía, y esperaba encontrar la guía necesaria para conseguirlo.
Altair
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