La trovadora de cabellos ardientes apoyó su cabeza contra la fría piedra de la mazmorra e hizo tintinear las cadenas de esos grilletes que la mantenían rea. Inspiró profundamente e impostando un poco la voz, llamando así a su voz de cuentacuentos, empezó a hablar.
- "Debes saber, amigo y carcelero mío, que más allá de Calimshan, donde aquellos que viajan por sus arenas se rinden, en el sueño de los quebrados de mente y espíritu, existe un desierto cuya arena es ceniza que el viento arrastra sin descanso formando remolinos a su paso.
Si el infortunio te abraza y tu viaje te lleva hasta allí será ese viento quién se convierta en tu única compañía. Pero desconfía de él, pues los que escuchan su incesante gemido corren el riesgo de perderse para siempre en los senderos de la locura. Además, en ese lugar, ni las estrellas, ni la luna, ni tan siquiera el sol abrasador son bienvenidos en la completa oscuridad de un cielo que se funde con un horizonte que parece no tener fin. Tal visión podría hacerte pensar que, recorriendo un infierno de tal oscuridad, esta sería capaz de engullir la luz de cada antorcha y cada conjuro, condenando a los hombres a caminar a ciegas, y sin embargo estarías del todo equivocado, pues todo el desierto resplandece con un fantasmagórico brillo áureo que sume en el más absoluto de los desalientos a cualquier viajero condenado a caminar por él.
Es lugar es conocido por muchos como el Desierto de la Elegía. Un lugar tan horrible que el tiempo le dio la espalda. Allí, en aquellas arenas cenicientas, nació él. Mi mentor, mi obsesión… Mi maldición.”
Sacudió de pronto la cabeza y frunció el ceño - Voy a resumirte toda la trágica historia de cómo acabé atrapada en Calimshan. Mis padres, elfos ambos por supuesto, en un acto de egoísmo absoluto nos dieron la bienvenida al mundo a mi hermana pequeña y a mí. Ellos fueron aventureros y aunque intentaron abandonar la vida del camino para darnos una vida “digna” no lo consiguieron. Los oficios de la gente normal les consumían la vida poco a poco y la ruina los alcanzaba una y otra vez. Ellos habían nacido para viajar pero debían renunciar a todo por nosotras, ¿no? “Quizá una última aventura y lo dejamos”. Sin duda fue la última pues no volvieron. Si están muertos o no, es algo que desconozco.
De pronto nos vimos viajando solas por caminos largos y sinuosos, adentrándonos en bosques peligrosos y ciudades más peligrosas aún… -De pronto, añade un toque dramático y cómico por igual - “robando para sobrevivir” -Escupió en el suelo de la celda y esbozó una sonrisa - Lo digo para darle cierto dramatismo, no pienses que me temblaba la mano o que sufrí lo más mínimo ganándome la vida como buenamente podía. Si queríamos algo lo cogíamos, ambas bastante adictas al peligro y a las pruebas de astucia que nos ponía la vida… Hasta que llegamos a un pueblo Cormirita cuyo nombre carece ya de importancia, pero donde nos encontramos con un mercader de Calimport. Intentamos robarle una de sus vasijas de bronce y terminamos ambas cautivas en una celda oscura tapada por una lona y envuelta de un hechizo que te hacía olvidar por qué estabas allí y te quitaba todas las ganas de escapar. ¿Ingenioso, eh?
La trovadora sacudió los cabellos de nuevo y cerró los ojos, recordando. Tras ello, carraspeó de nuevo y volviendo a llamar a su voz de cuentacuentos, habló.
“El Djinn apareció como siempre en medio de un remolino de fuego y viento abrasador, y aunque los últimos días había festejado y reído cuanto había podido, la urgencia se dibujaba ahora en su rostro. No podía perder el tiempo, esta vez no, así que dando un salto se encaramó en lo alto de una de tantas dunas para descender por su otra cara hasta alcanzar su tienda. Una tienda a la que el viento le rendía culto. Cuando la poderosa criatura puso un pie en el interior del pabellón varias antorchas y faroles cubiertos de polvo se encendieron de golpe para revelar su interior. Una silla y una mesa sobre la que había dispuesto pergamino y tinta, así como un baúl hecho de bronce con grabados en la lengua oscura de los djinn, el mismo material que utilizaban los poderosos brujos del desierto tiempo atrás para fabricar las vasijas en las que encerraban a los genios y a los demonios que los importunaban.
El elemental se dirigió hacia el baúl y tras examinarlo detenidamente, lo abrió. Al hacerlo no encontró en su interior a uno de sus hermanos, sino veinte pequeños viales de un cristal violáceo, cada uno de los cuales tenía un nombre escrito y estaban repletos de un líquido que solo podía ser sangre. Entonces cerró los ojos y tomó uno de los frascos entre las manos, le quitó el corcho con un gesto grácil y tras oler su contenido durante unos instantes susurró confidente: El Mirlo Negro. Abrió los ojos y rió al comprobar que ese era el nombre escrito en el frasco.
Una vez alcanzado este punto del relato, debo aclararte que, aunque el tiempo había dado la espalda a ese desierto, no había hecho lo mismo con la criatura, quién se veía en ese momento sometida a una prisa a la que no estaba acostumbrada. Por eso el genio no perdió ni un minuto más y se bebió de un trago el contenido del vial. Tras ello, extrajo de entre sus oscuros ropajes un reloj de arena y lo dejó encima de la mesa. Las arenas empezaron a deslizarse en un torrente hacia la base del reloj y, de la misma forma, la sangre de El Mirlo Negro empezó a descender por la garganta del Djinn, mezclándose con la suya propia.
El elemental inspiró hondo, dejándose llevar por un trance enloquecido, mojó la pluma en el tintero y empezó a escribir.”
La Historia de Azarane y el Mirlo Negro
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La Historia de Azarane y el Mirlo Negro
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Re: La Historia de Azarane y el Mirlo Negro
El Mercader.
“Bajo el pálido manto de una luna llena nos encontramos, despertados por el azar y la ambición de quienes han viajado por los sueños. Pasad, pasad a mi humilde tienda y llevaos algo de ella que cambie para siempre el sino de vuestras vidas.”
Con estas palabras, Akhram, El Mercader de las Arenas, dio la bienvenida a su tienda a cientos de aventureros, nobles, viajeros, forasteros y soñadores de toda índole. Gente que viajaba desde muy lejos para maravillarse con los misterios de aquella tienda de Calimport, para deslumbrarse con los extraños artilugios retorcidos que poblaban las diferentes estanterías, las estatuas de elfos y de humanos cuyo rostro marcado por el horror ofrecía tal nivel de detalle que encogía el corazón, sus vasijas que parecían traer voces de otro tiempo encadenadas a tal broncíneo destino, brebajes que podrían doblegar la voluntad de todo aquel desafortunado que los ingiriera o quizá tan solo por poder observar con sus propios ojos las extrañas criaturas que residían enjauladas en su trastienda.
-Desdicha, trae a estos hombres una bebida caliente y encárgate de sus ropajes mientras estén bajo mi techo.
En cuanto a mí, que mido el tiempo desde el punto de vista de los longevos elfos, contaba cada hora que aquel mercader me había robado. Día tras día, noche tras noche, me hacía trabajar sin apenas descanso. Probaba conmigo todo tipo de pócimas con el fin de descubrir algunos de sus efectos, me azotaba con cada fallo descarnando la piel de los huesos que luego cubría con ropajes para que pudiese “encandilar” a los aventureros y con ello mejorar sus ya hábiles artimañas de comerciante. Sí, sé lo que estás pensado y yo también lo pensé. Podría haber intentado escapar o sencillamente matarlo, lo cierto es que no hubiese sido complejo dada la amplia cantidad de venenos que había en aquella tienda, pero el muy condenado había usado a su bestia, un enorme lagarto de ocho patas al que llamaba Calamidad, para convertir en piedra a Naylín, mi hermana pequeña.
No estoy aquí para apelar a tu corazón, mi querido carcelero, pues mi destino ya está sellado. Estoy aquí para que recuerdes el por qué de todo lo que hice, para que me ames y me odies, para que me recuerdes y me temas, pero por encima de todo, para que me entiendas, pues durante aquellos años hubo una pregunta que me atormentó una y otra vez. Una pregunta cuya respuesta me consumía por dentro como la más horrible de las enfermedades y me despojaba de todo tipo de bondad. Una pregunta que…
La trovadora se frotó la nariz y frunció el ceño. Se miró la diestra con gesto pensativo y negó con la cabeza. Tras un largo momento de silencio, inspiró profundamente y retomando su voz de narradora, continuó.
Ya llegaremos a ello, supongo. Como te estaba contando, pasaron muchísimos años en aquel lugar. Si a día de hoy fueses allí, no encontrarías una sola puerta con cerradura y aun así no ha existido nunca mayor prisión. Akhram y yo éramos más que conscientes de ese hecho y nada hubiese cambiado de no ser por la visita de un viajero inesperado. El tintineo del metal de su armadura ya había anunciado su presencia momentos antes de que cruzase la puerta y Akhram pudo preparar el incienso, darme algunas órdenes y dibujar en su rostro su más enigmática expresión con la esperanza de sucumbir a la codicia una vez más.
La puerta se abrió con un siseo rasgado y un leve golpe de viento trajo consigo el olor de la ceniza y un puñado de arena. Allí, de pie ante nosotros, el hombre más perfecto que he conocido jamás, de largos cabellos negros que se precipitaban al vacío en un torrente sinfín y un rostro bastante pálido que examinaba con detalle el lugar antes de adentrarse por completo en él. Vestía una armadura de cuero con muchos adornos metálicos que tintineaban tímidos con cada movimiento que hacía. Una larga capa negra con varios parches mal cosidos caía grácil ocultando tan solo uno de sus hombros y, aunque era evidente que no las necesitaba, no había rastro alguno de arma que empuñase.
Akhram esbozó su más misteriosa sonrisa y se acercó a él, recitando de nuevo aquella letanía que yo ya tenía grabada a fuego.
“Bajo el pálido manto de una luna llena nos encontramos, despertados por el azar y la ambición de quienes han viajado por los sueños. Pasad, pasad a mi humilde tienda y llevaos algo de ella que cambie para siempre el sino de vuestras vidas.”
Sin embargo, aquel caballero no le prestó la debida atención pues detuvo su penetrante mirada en mí. Una mirada intensa como la de un juez que trata de discernir cuál es la sentencia que merecía.
“Bajo el pálido manto de una luna llena nos encontramos, despertados por el azar y la ambición de quienes han viajado por los sueños. Pasad, pasad a mi humilde tienda y llevaos algo de ella que cambie para siempre el sino de vuestras vidas.”
Con estas palabras, Akhram, El Mercader de las Arenas, dio la bienvenida a su tienda a cientos de aventureros, nobles, viajeros, forasteros y soñadores de toda índole. Gente que viajaba desde muy lejos para maravillarse con los misterios de aquella tienda de Calimport, para deslumbrarse con los extraños artilugios retorcidos que poblaban las diferentes estanterías, las estatuas de elfos y de humanos cuyo rostro marcado por el horror ofrecía tal nivel de detalle que encogía el corazón, sus vasijas que parecían traer voces de otro tiempo encadenadas a tal broncíneo destino, brebajes que podrían doblegar la voluntad de todo aquel desafortunado que los ingiriera o quizá tan solo por poder observar con sus propios ojos las extrañas criaturas que residían enjauladas en su trastienda.
-Desdicha, trae a estos hombres una bebida caliente y encárgate de sus ropajes mientras estén bajo mi techo.
En cuanto a mí, que mido el tiempo desde el punto de vista de los longevos elfos, contaba cada hora que aquel mercader me había robado. Día tras día, noche tras noche, me hacía trabajar sin apenas descanso. Probaba conmigo todo tipo de pócimas con el fin de descubrir algunos de sus efectos, me azotaba con cada fallo descarnando la piel de los huesos que luego cubría con ropajes para que pudiese “encandilar” a los aventureros y con ello mejorar sus ya hábiles artimañas de comerciante. Sí, sé lo que estás pensado y yo también lo pensé. Podría haber intentado escapar o sencillamente matarlo, lo cierto es que no hubiese sido complejo dada la amplia cantidad de venenos que había en aquella tienda, pero el muy condenado había usado a su bestia, un enorme lagarto de ocho patas al que llamaba Calamidad, para convertir en piedra a Naylín, mi hermana pequeña.
No estoy aquí para apelar a tu corazón, mi querido carcelero, pues mi destino ya está sellado. Estoy aquí para que recuerdes el por qué de todo lo que hice, para que me ames y me odies, para que me recuerdes y me temas, pero por encima de todo, para que me entiendas, pues durante aquellos años hubo una pregunta que me atormentó una y otra vez. Una pregunta cuya respuesta me consumía por dentro como la más horrible de las enfermedades y me despojaba de todo tipo de bondad. Una pregunta que…
La trovadora se frotó la nariz y frunció el ceño. Se miró la diestra con gesto pensativo y negó con la cabeza. Tras un largo momento de silencio, inspiró profundamente y retomando su voz de narradora, continuó.
Ya llegaremos a ello, supongo. Como te estaba contando, pasaron muchísimos años en aquel lugar. Si a día de hoy fueses allí, no encontrarías una sola puerta con cerradura y aun así no ha existido nunca mayor prisión. Akhram y yo éramos más que conscientes de ese hecho y nada hubiese cambiado de no ser por la visita de un viajero inesperado. El tintineo del metal de su armadura ya había anunciado su presencia momentos antes de que cruzase la puerta y Akhram pudo preparar el incienso, darme algunas órdenes y dibujar en su rostro su más enigmática expresión con la esperanza de sucumbir a la codicia una vez más.
La puerta se abrió con un siseo rasgado y un leve golpe de viento trajo consigo el olor de la ceniza y un puñado de arena. Allí, de pie ante nosotros, el hombre más perfecto que he conocido jamás, de largos cabellos negros que se precipitaban al vacío en un torrente sinfín y un rostro bastante pálido que examinaba con detalle el lugar antes de adentrarse por completo en él. Vestía una armadura de cuero con muchos adornos metálicos que tintineaban tímidos con cada movimiento que hacía. Una larga capa negra con varios parches mal cosidos caía grácil ocultando tan solo uno de sus hombros y, aunque era evidente que no las necesitaba, no había rastro alguno de arma que empuñase.
Akhram esbozó su más misteriosa sonrisa y se acercó a él, recitando de nuevo aquella letanía que yo ya tenía grabada a fuego.
“Bajo el pálido manto de una luna llena nos encontramos, despertados por el azar y la ambición de quienes han viajado por los sueños. Pasad, pasad a mi humilde tienda y llevaos algo de ella que cambie para siempre el sino de vuestras vidas.”
Sin embargo, aquel caballero no le prestó la debida atención pues detuvo su penetrante mirada en mí. Una mirada intensa como la de un juez que trata de discernir cuál es la sentencia que merecía.
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Re: La Historia de Azarane y el Mirlo Negro
El Cantor de Endechas
Para entender mi historia hay que entenderle a él. Su nombre es o era por aquel entonces Zakarías Black. Su vida fue una vida digna de ser recordada y contada. Me costaría encontrar un humano más digno de halago, más talentoso, inteligente, tenaz y luchador. Zakarías ya era sobra conocido y no tendrías problemas en conseguir todo tipo de información sobre su vida personal antes de que se convirtiese en el Mirlo Negro. Desde que abandonó La Costa de la Espada hasta que se convirtió en un violinista reclamado por reyes y nobles por igual. Ya era un hombre adinerado cuando lo conocí. Por eso, si tienes interés en conocer la vida pública del humano que fue, no tendrás problemas en conseguirla. Deja por tanto que te hable de aquello que se desconoce sobre él. Ese mundo en el que acabó envuelto y que no solo sirvió de inspiración para sus obras, sino que le convertiría en el personaje protagonista de sus más oscuras endechas.
Zakarías conocía la existencia del Desierto de la Elegía, ese lugar maldito y oculto para la mayoría de humanos en el que la soledad y las pesadillas toman forma y nombre. Ese lugar donde vive el monstruo que se esconde debajo de tu cama y que a diferencia de aquí, pueden hacerte daño de verdad pues está muy hambriento. Un desierto donde la no muerte se oculta en sus arenas y no en las páginas de un libro o tras la oscura faz de la Urdimbre.
Cuando Farah, una amiga de su infancia y la mujer que inspiró algunas de las mejores canciones que ha oído este mundo, cayó presa de la oscura magia de un liche, quedando su alma atrapada con él, Zakarías se obsesionó con salvarla. Durante años, invirtió su fortuna para realizar un viaje largo por las tierras de Faerun, consultó a brujas, eruditos, demonios, monstruos de todo tipo y a los más sabios de entre los sabios. Buscó durante años maldiciones y profecías milenarias que hablasen sobre cómo liberarla y tan solo en una de ellas apareció el nombre de aquel Desierto. Él había oído hablar de él, pero… ¿Cómo llegar hasta allí? ¿Cómo encontrarlo? La leyenda hablaba de que aquellos que caminaban por sus arenas habían abrazado la muerte y solo los muertos podían poner un pie allí, por tanto la solución era sencilla y compleja a la vez.
Incapaz de dar con una alternativa, Zakarías tomó una decisión drástica: Si usando las artes de los vivos no podía traerla de vuelta, usaría la magia de los muertos para traerla a su lado. Así pues, emprendió un nuevo viaje aunque muy distinto del anterior. Cegado por tu obsesión empezó a estudiar la muerte, conoció otros cantores que habían llevado la magia de la música un paso más allá. Se sumergió en oscuros rituales y recorrió sendas prohibidas. Y noche tras noche, los vivos que antes lo admiraban ahora se alejaban de él con miedo mientras los muertos se levantaban al escuchar su canción.
Esos mismos muertos que tanto tiempo habían permanecido mudos fueron los que susurraron a su oído el nombre de Akhram y de un poderoso objeto mágico que guardaba a buen recaudo. Entrar al Desierto de la Elegía era posible con dicho objeto y, aunque desconocía la forma del mismo, se decía que era tan poderoso que incluso podía traer a los que ya no palpitan al mundo de los vivos. Y así fue cómo Zakarías Black, quien tiempo después se convertiría en mi mentor, llamó tres veces a la puerta de la tienda y se abrió paso hasta su interior.
Para entender mi historia hay que entenderle a él. Su nombre es o era por aquel entonces Zakarías Black. Su vida fue una vida digna de ser recordada y contada. Me costaría encontrar un humano más digno de halago, más talentoso, inteligente, tenaz y luchador. Zakarías ya era sobra conocido y no tendrías problemas en conseguir todo tipo de información sobre su vida personal antes de que se convirtiese en el Mirlo Negro. Desde que abandonó La Costa de la Espada hasta que se convirtió en un violinista reclamado por reyes y nobles por igual. Ya era un hombre adinerado cuando lo conocí. Por eso, si tienes interés en conocer la vida pública del humano que fue, no tendrás problemas en conseguirla. Deja por tanto que te hable de aquello que se desconoce sobre él. Ese mundo en el que acabó envuelto y que no solo sirvió de inspiración para sus obras, sino que le convertiría en el personaje protagonista de sus más oscuras endechas.
Zakarías conocía la existencia del Desierto de la Elegía, ese lugar maldito y oculto para la mayoría de humanos en el que la soledad y las pesadillas toman forma y nombre. Ese lugar donde vive el monstruo que se esconde debajo de tu cama y que a diferencia de aquí, pueden hacerte daño de verdad pues está muy hambriento. Un desierto donde la no muerte se oculta en sus arenas y no en las páginas de un libro o tras la oscura faz de la Urdimbre.
Cuando Farah, una amiga de su infancia y la mujer que inspiró algunas de las mejores canciones que ha oído este mundo, cayó presa de la oscura magia de un liche, quedando su alma atrapada con él, Zakarías se obsesionó con salvarla. Durante años, invirtió su fortuna para realizar un viaje largo por las tierras de Faerun, consultó a brujas, eruditos, demonios, monstruos de todo tipo y a los más sabios de entre los sabios. Buscó durante años maldiciones y profecías milenarias que hablasen sobre cómo liberarla y tan solo en una de ellas apareció el nombre de aquel Desierto. Él había oído hablar de él, pero… ¿Cómo llegar hasta allí? ¿Cómo encontrarlo? La leyenda hablaba de que aquellos que caminaban por sus arenas habían abrazado la muerte y solo los muertos podían poner un pie allí, por tanto la solución era sencilla y compleja a la vez.
Incapaz de dar con una alternativa, Zakarías tomó una decisión drástica: Si usando las artes de los vivos no podía traerla de vuelta, usaría la magia de los muertos para traerla a su lado. Así pues, emprendió un nuevo viaje aunque muy distinto del anterior. Cegado por tu obsesión empezó a estudiar la muerte, conoció otros cantores que habían llevado la magia de la música un paso más allá. Se sumergió en oscuros rituales y recorrió sendas prohibidas. Y noche tras noche, los vivos que antes lo admiraban ahora se alejaban de él con miedo mientras los muertos se levantaban al escuchar su canción.
Esos mismos muertos que tanto tiempo habían permanecido mudos fueron los que susurraron a su oído el nombre de Akhram y de un poderoso objeto mágico que guardaba a buen recaudo. Entrar al Desierto de la Elegía era posible con dicho objeto y, aunque desconocía la forma del mismo, se decía que era tan poderoso que incluso podía traer a los que ya no palpitan al mundo de los vivos. Y así fue cómo Zakarías Black, quien tiempo después se convertiría en mi mentor, llamó tres veces a la puerta de la tienda y se abrió paso hasta su interior.
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Re: La Historia de Azarane y el Mirlo Negro
El Ritual
“He viajado durante días bajo el sol abrasador, cruzado páramos yermos y lugares rebosantes de vida, he caminado por las más tétricas sendas y los muertos me han traído hasta aquí, pues al parecer tú tienes la clave al acertijo que necesito resolver. Te advierto, antes de que empieces a hablar, que mi paciencia es limitada.”
La conversación empezó siendo un intercambio sutil de destrezas y amenazas veladas para acabar convirtiéndose en una conversación de lo más acalorada. El mercader trataba de jugar con su ingenio pero el trovador no daba su brazo a torcer. Al parecer, Akhram tenía en su poder un viejo tomo mágico que contenía hechizos nigrománticos de altas esferas así como otros muchos secretos. Tras ojearlo por encima y encontrar lo que podría ser una solución a su problema, el Cantor clavó su mirada en mí y exigió comprarme. Esto fue lo que disparó la discusión pues Akhram no tenía ninguna intención de deshacerse de mí o de mi hermana.
Horas más tarde salimos Zakarías y yo de aquella tienda. Cómo ocurrió es algo que a día de hoy todavía no recuerdo, tan solo tengo destellos de una canción que comenzó y para cuando desperté era suya por completo. Ni siquiera era capaz de recordar a Naylín. Mi querido carcelero, ¿sabes lo que es eso? Pasar años y años junto a alguien y en un suspiro olvidarla por completo.
El cantor de endechas necesitaba un cuerpo en el que depositar el alma de Farah y no tuvo reparo alguno en contarme su intención. Aplacada mi naturaleza más salvaje renací en el camino que compartía junto a él. Caminamos durante años por todo Faerum y compartí con él mis más oscuros secretos y miedos, pero nada parecía importarle. Despertó la sangre arcana que corría por mis venas y me enseñó el arte de la música a través del prisma que él conocía. Las canciones que podrían ser inspiradoras dejaron de serlo, el arte de la espada se convirtió en mi credo y por si hubiese algún tipo de idea en mi cabeza que pudiese alejarse de su forma de pensar, me educó en el credo de la Dama del Infortunio. Desdicha me llamaba Akhram y desdichada fuí. Cuanto más obsesionada estaba con él, más capaz era de cualquier cosa y él nunca estaba del todo satisfecho.
Existe una opinión infundada y bastante extendida que asegura que los elfos no sienten el amor como los humanos dada su longevidad, pero nada nos une más en la tragedia con los humanos que el maldito y loco amor. Yo pensaba que el amor que sentía por Zakarías sobreviviría al paso del tiempo. Que después de todo lo que había sacrificado por él sería eterno e inviolable. Tan solo tenía que esperar a que descubriese que yo podía ser muchísimo mejor que su amor perdido. Pero no fue así, pues desde el mismo instante que inicié mi camino junto a Zakarías heredé su trágico destino, el de un amor imposible, una condena que me acompañaría hasta el final de mis días. Las primeras señales llegaron durante los primeros rituales que hicimos juntos. Yo había conseguido para él a una muchacha humana que entregar en cuerpo y alma a la Reina al otro lado del Espejo Roto, pues su bendición para alejarnos de la mala suerte era clave en todo el porvenir que caía sobre nosotros. A medida que marcaba mi cuerpo con su sangre aún caliente y Zakarías entonaba sus rezos, mi cabeza comenzó a llenarse de los susurros de una mujer. Después, su imagen apareció en mis sueños, primero oculta detrás de vaporosas telas y sedas, más tarde con mayor claridad. La primera vez que nuestros ojos se cruzaron en aquellos sueños supe que era ella, la mujer por la que estaba destinada a morir. ¿Cómo podía mi maestro preferirla a mí? Yo que incluso renunciaría a la vida por él. Necesitaba tan desesperadamente que él lo entendiese que no era capaz de dejarla entrar. Y esta era la sencilla razón de que, una y otra vez, los rituales que intentábamos fracasaran.
“Aún no eres digna” me decía constantemente, ajeno a la verdadera razón de su fracaso. Aquello se repitió múltiples veces a lo largo de los años y todo parecía que no iba a cambiar nunca hasta que ocurrió lo impensable.
Fue una noche especialmente oscura en un pueblecito cerca de Waterdeep. Como tantas otras veces, yo había traído una víctima que entregar en sacrificio mientras él recitaba las palabras del ritual que se supone traería de vuelta a Farah. Mi cuerpo estaba desnudo y marcado por la sangre de la inocente y el ritualista, más demacrado que nunca, se disponía a sellar con su sangre el pacto cuando algo ocurrió. El libro empezó a emitir un fulgor oscuro y Zakarías cayó al suelo desplomado con los ojos en blanco mientras yo me deshacía en un dolor agónico, casi como si la misma sangre de esa joven estuviera quemándome la piel. Las nubes encapotaron el cielo y empezó a llover considerablemente, embarrando la tierra de aquel camposanto en el que estábamos. ¿Por qué estaba ocurriendo aquello? ¿Qué había de diferente en mí o en… él? De pronto, el bardo abrió los ojos y en su mirada vi una ira que no había visto jamás. Gritó furioso y tras ello me señaló.
“¿Cómo te has atrevido? ¡Tú me la has arrebatado! ¡Siempre has sido tú! He caminado por las arenas del Desierto por fin y la he visto. ¡A ella! A mi querida Farah y ella me lo ha contado todo. ¡Tú le has impedido volver! ”
Traté de articular algún tipo de palabra de súplica o de disculpa, pero mi voz se negaba a salir de entre mis labios. Iracundo, caminó hacia mí y desenvainó del cuerpo de la joven mi espada para, con un golpe certero, atravesarme el estómago con la misma, clavándome al suelo. Me miró a los ojos y con un odio impreso en sus palabras como jamás había conocido, murmuró.
“Yo renuncio a mi nombre y con él te maldigo. Te maldigo a morir tres veces. No conocerás el descanso eterno, no hallarás consuelo en otros brazos que no sean los míos y vivirás, y morirás, sabiendo que jamás serás correspondida. Tú mataste a Zakarías Black y es El Mirlo Negro quién renace en su lugar para condenarte.”
Todo se volvió oscuro poco a poco. Dejó de llover y el dolor era cada vez más leve. Sentía como mi vida se desvanecía mientras oía sus pasos alejarse. ¿Qué había ocurrido? Es algo que no comprendía de ninguna de las maneras. ¿De verdad me había abandonado a mi suerte?
Desperté dos días más tarde en una cama de un templo de Sune en Waterdeep. Un viajero me había encontrado tirada en el suelo y me había salvado la vida. Era irónico que un clérigo de la diosa del amor tratase mis heridas y olvidase sanar mi corazón roto.
Cuando me pude poner en pie, recogí mis pertenencias y furiosa inicié la marcha. ¿Quién se había creído que era? ¿Cómo osaba despreciarme así? ¿Cómo iba a vivir sin mí? No pensaba descansar hasta que lo encontrase y le diese muerte. Y así empezó todo.
“He viajado durante días bajo el sol abrasador, cruzado páramos yermos y lugares rebosantes de vida, he caminado por las más tétricas sendas y los muertos me han traído hasta aquí, pues al parecer tú tienes la clave al acertijo que necesito resolver. Te advierto, antes de que empieces a hablar, que mi paciencia es limitada.”
La conversación empezó siendo un intercambio sutil de destrezas y amenazas veladas para acabar convirtiéndose en una conversación de lo más acalorada. El mercader trataba de jugar con su ingenio pero el trovador no daba su brazo a torcer. Al parecer, Akhram tenía en su poder un viejo tomo mágico que contenía hechizos nigrománticos de altas esferas así como otros muchos secretos. Tras ojearlo por encima y encontrar lo que podría ser una solución a su problema, el Cantor clavó su mirada en mí y exigió comprarme. Esto fue lo que disparó la discusión pues Akhram no tenía ninguna intención de deshacerse de mí o de mi hermana.
Horas más tarde salimos Zakarías y yo de aquella tienda. Cómo ocurrió es algo que a día de hoy todavía no recuerdo, tan solo tengo destellos de una canción que comenzó y para cuando desperté era suya por completo. Ni siquiera era capaz de recordar a Naylín. Mi querido carcelero, ¿sabes lo que es eso? Pasar años y años junto a alguien y en un suspiro olvidarla por completo.
El cantor de endechas necesitaba un cuerpo en el que depositar el alma de Farah y no tuvo reparo alguno en contarme su intención. Aplacada mi naturaleza más salvaje renací en el camino que compartía junto a él. Caminamos durante años por todo Faerum y compartí con él mis más oscuros secretos y miedos, pero nada parecía importarle. Despertó la sangre arcana que corría por mis venas y me enseñó el arte de la música a través del prisma que él conocía. Las canciones que podrían ser inspiradoras dejaron de serlo, el arte de la espada se convirtió en mi credo y por si hubiese algún tipo de idea en mi cabeza que pudiese alejarse de su forma de pensar, me educó en el credo de la Dama del Infortunio. Desdicha me llamaba Akhram y desdichada fuí. Cuanto más obsesionada estaba con él, más capaz era de cualquier cosa y él nunca estaba del todo satisfecho.
Existe una opinión infundada y bastante extendida que asegura que los elfos no sienten el amor como los humanos dada su longevidad, pero nada nos une más en la tragedia con los humanos que el maldito y loco amor. Yo pensaba que el amor que sentía por Zakarías sobreviviría al paso del tiempo. Que después de todo lo que había sacrificado por él sería eterno e inviolable. Tan solo tenía que esperar a que descubriese que yo podía ser muchísimo mejor que su amor perdido. Pero no fue así, pues desde el mismo instante que inicié mi camino junto a Zakarías heredé su trágico destino, el de un amor imposible, una condena que me acompañaría hasta el final de mis días. Las primeras señales llegaron durante los primeros rituales que hicimos juntos. Yo había conseguido para él a una muchacha humana que entregar en cuerpo y alma a la Reina al otro lado del Espejo Roto, pues su bendición para alejarnos de la mala suerte era clave en todo el porvenir que caía sobre nosotros. A medida que marcaba mi cuerpo con su sangre aún caliente y Zakarías entonaba sus rezos, mi cabeza comenzó a llenarse de los susurros de una mujer. Después, su imagen apareció en mis sueños, primero oculta detrás de vaporosas telas y sedas, más tarde con mayor claridad. La primera vez que nuestros ojos se cruzaron en aquellos sueños supe que era ella, la mujer por la que estaba destinada a morir. ¿Cómo podía mi maestro preferirla a mí? Yo que incluso renunciaría a la vida por él. Necesitaba tan desesperadamente que él lo entendiese que no era capaz de dejarla entrar. Y esta era la sencilla razón de que, una y otra vez, los rituales que intentábamos fracasaran.
“Aún no eres digna” me decía constantemente, ajeno a la verdadera razón de su fracaso. Aquello se repitió múltiples veces a lo largo de los años y todo parecía que no iba a cambiar nunca hasta que ocurrió lo impensable.
Fue una noche especialmente oscura en un pueblecito cerca de Waterdeep. Como tantas otras veces, yo había traído una víctima que entregar en sacrificio mientras él recitaba las palabras del ritual que se supone traería de vuelta a Farah. Mi cuerpo estaba desnudo y marcado por la sangre de la inocente y el ritualista, más demacrado que nunca, se disponía a sellar con su sangre el pacto cuando algo ocurrió. El libro empezó a emitir un fulgor oscuro y Zakarías cayó al suelo desplomado con los ojos en blanco mientras yo me deshacía en un dolor agónico, casi como si la misma sangre de esa joven estuviera quemándome la piel. Las nubes encapotaron el cielo y empezó a llover considerablemente, embarrando la tierra de aquel camposanto en el que estábamos. ¿Por qué estaba ocurriendo aquello? ¿Qué había de diferente en mí o en… él? De pronto, el bardo abrió los ojos y en su mirada vi una ira que no había visto jamás. Gritó furioso y tras ello me señaló.
“¿Cómo te has atrevido? ¡Tú me la has arrebatado! ¡Siempre has sido tú! He caminado por las arenas del Desierto por fin y la he visto. ¡A ella! A mi querida Farah y ella me lo ha contado todo. ¡Tú le has impedido volver! ”
Traté de articular algún tipo de palabra de súplica o de disculpa, pero mi voz se negaba a salir de entre mis labios. Iracundo, caminó hacia mí y desenvainó del cuerpo de la joven mi espada para, con un golpe certero, atravesarme el estómago con la misma, clavándome al suelo. Me miró a los ojos y con un odio impreso en sus palabras como jamás había conocido, murmuró.
“Yo renuncio a mi nombre y con él te maldigo. Te maldigo a morir tres veces. No conocerás el descanso eterno, no hallarás consuelo en otros brazos que no sean los míos y vivirás, y morirás, sabiendo que jamás serás correspondida. Tú mataste a Zakarías Black y es El Mirlo Negro quién renace en su lugar para condenarte.”
Todo se volvió oscuro poco a poco. Dejó de llover y el dolor era cada vez más leve. Sentía como mi vida se desvanecía mientras oía sus pasos alejarse. ¿Qué había ocurrido? Es algo que no comprendía de ninguna de las maneras. ¿De verdad me había abandonado a mi suerte?
Desperté dos días más tarde en una cama de un templo de Sune en Waterdeep. Un viajero me había encontrado tirada en el suelo y me había salvado la vida. Era irónico que un clérigo de la diosa del amor tratase mis heridas y olvidase sanar mi corazón roto.
Cuando me pude poner en pie, recogí mis pertenencias y furiosa inicié la marcha. ¿Quién se había creído que era? ¿Cómo osaba despreciarme así? ¿Cómo iba a vivir sin mí? No pensaba descansar hasta que lo encontrase y le diese muerte. Y así empezó todo.
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Re: La Historia de Azarane y el Mirlo Negro
El final del relato.
Con un sutil juego de manos, de entre sus ropajes apareció en la mano de la bardo una moneda de plata. La observó ladeando la cabeza y dibujó en sus labios una leve sonrisa. Aún con aquella voz de cuentacuentos, se dispuso a contar el final.
Lo ocurrido a partir de entonces lo recuerdo confuso y efímero, como si mi vida hubiese perdido ese toque de color que la hacía especial. No ahondaré en los detalles ya que pertenecen a otra historia que nos alejaría de los sucesos que te acabo de contar. Baste con decir que he malvivido mucho tiempo, viajando por sórdidas tabernas, vendiendo mi cuerpo y mi arte a gente que a día de hoy degollaría sin ningún tipo de reparto. Me he perdido en mazmorras tan profundas que creí no volver a ver la luz del sol, he huído de trolls y de ogros tan salvajes e iracundos como enanos abstemios, he discutido con druidas hasta la saciedad sobre temas que ni siquiera a ellos les importa, he robado, he matado, incluso hubo una temporada que caminé junto a la Lanza Brillante, una compañía de aventureros de gran corazón y cerebro pequeño guiada por nada menos que Alazais, un paladín elfo cuya destreza con el arco llegó a sorprenderme. He conocido demonios y diablos y buf… No importaba cual era mi situación en cada momento, siempre estaba a la búsqueda de cualquier sutil referencia, cualquier historia, cualquier detalle que hiciese mención a El Mirlo Negro. Lo he perseguido durante un par de años sin descanso ni desaliento y su estela de pesar me trajo hasta aquí, hasta la Marca Argéntea. De pronto, cientos de nuevos y exóticos estímulos abrumaron mis sentidos nada más poner un pie en estas tierras y ver como los primeros copos de nieve descendían desde el cielo brindándome su níveo saludo. Estaba en una nueva tierra donde incluso el olor que desprendía el sudor de los humanos presentaba matices diferentes a los de aquellos que viven lejos del frío mortecino de este lugar. En cualquier otra circunstancia me hubiera detenido ante las innumerables maravillas que habían inspirado los relatos de los grandes bardos y que me fui encontrando a mi paso, pero no podía perder más tiempo con todo aquello. Mi maestro, mi mentor, mi carcelero… Desde que nuestras miradas se encontraron no he tenido corazón ni aliento para nadie más. Sé que a día de hoy somos demasiado parecidos. Ese hombre que me puso los únicos grilletes que no pueden romperse ni forzarse, los del amor… Pues no quieres huir de ellos, ese maldito canalla que me amará o morirá me trajo hasta aquí y es aquí donde he perdido el rastro. No sé si sigue vivo o ha muerto siquiera, pero… Me he dejado capturar porque una amiga mía me dijo que tú quizá supieses algo de él.
El guardia que la mantenía presa sonrió desde el abrigo oscuro desde el que hacía guardia y desenvainó lentamente su acero por toda respuesta.
-Me tomaré ese gesto como un sí- Respondió Azar, sonriendo- Beshaba ha tenido la bondad de traerme al sitio correcto esta vez. Hoy, mi querido captor… permíteme que te presente los horrores que se esconden tras la música de aquellos que hemos sucumbido a la obsesión y a la locura. Vas a conocer el verdadero significado del dolor.
Con un sutil juego de manos, de entre sus ropajes apareció en la mano de la bardo una moneda de plata. La observó ladeando la cabeza y dibujó en sus labios una leve sonrisa. Aún con aquella voz de cuentacuentos, se dispuso a contar el final.
Lo ocurrido a partir de entonces lo recuerdo confuso y efímero, como si mi vida hubiese perdido ese toque de color que la hacía especial. No ahondaré en los detalles ya que pertenecen a otra historia que nos alejaría de los sucesos que te acabo de contar. Baste con decir que he malvivido mucho tiempo, viajando por sórdidas tabernas, vendiendo mi cuerpo y mi arte a gente que a día de hoy degollaría sin ningún tipo de reparto. Me he perdido en mazmorras tan profundas que creí no volver a ver la luz del sol, he huído de trolls y de ogros tan salvajes e iracundos como enanos abstemios, he discutido con druidas hasta la saciedad sobre temas que ni siquiera a ellos les importa, he robado, he matado, incluso hubo una temporada que caminé junto a la Lanza Brillante, una compañía de aventureros de gran corazón y cerebro pequeño guiada por nada menos que Alazais, un paladín elfo cuya destreza con el arco llegó a sorprenderme. He conocido demonios y diablos y buf… No importaba cual era mi situación en cada momento, siempre estaba a la búsqueda de cualquier sutil referencia, cualquier historia, cualquier detalle que hiciese mención a El Mirlo Negro. Lo he perseguido durante un par de años sin descanso ni desaliento y su estela de pesar me trajo hasta aquí, hasta la Marca Argéntea. De pronto, cientos de nuevos y exóticos estímulos abrumaron mis sentidos nada más poner un pie en estas tierras y ver como los primeros copos de nieve descendían desde el cielo brindándome su níveo saludo. Estaba en una nueva tierra donde incluso el olor que desprendía el sudor de los humanos presentaba matices diferentes a los de aquellos que viven lejos del frío mortecino de este lugar. En cualquier otra circunstancia me hubiera detenido ante las innumerables maravillas que habían inspirado los relatos de los grandes bardos y que me fui encontrando a mi paso, pero no podía perder más tiempo con todo aquello. Mi maestro, mi mentor, mi carcelero… Desde que nuestras miradas se encontraron no he tenido corazón ni aliento para nadie más. Sé que a día de hoy somos demasiado parecidos. Ese hombre que me puso los únicos grilletes que no pueden romperse ni forzarse, los del amor… Pues no quieres huir de ellos, ese maldito canalla que me amará o morirá me trajo hasta aquí y es aquí donde he perdido el rastro. No sé si sigue vivo o ha muerto siquiera, pero… Me he dejado capturar porque una amiga mía me dijo que tú quizá supieses algo de él.
El guardia que la mantenía presa sonrió desde el abrigo oscuro desde el que hacía guardia y desenvainó lentamente su acero por toda respuesta.
-Me tomaré ese gesto como un sí- Respondió Azar, sonriendo- Beshaba ha tenido la bondad de traerme al sitio correcto esta vez. Hoy, mi querido captor… permíteme que te presente los horrores que se esconden tras la música de aquellos que hemos sucumbido a la obsesión y a la locura. Vas a conocer el verdadero significado del dolor.
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