Recuerdo a mi madre. A veces la veo en sueños. Su rostro tranquilo y bondadoso, su esquiva y sincera sonrisa. En ocasiones incluso sueño que estuvo a mi lado, que sus brazos me ayudaron cuando la necesitaba.
Recuerdo a mi padre. Ojalá no apareciera en mis pesadillas. Su voz autoritaria y estricta. Sus manos manchadas con mi sangre. A veces incluso sueño que me quería, que para él era algo más que un juguete.
Recuerdo el día que los perdí a ambos. El fuego consumiendo mi hogar, mi prisión. Las llamas crepitando entre los muros de la mansión, arrancando gritos de dolor y agonía de los esclavos. Aun puedo ver las llamas palpitando en mis maltrechas manos. Aun puedo oler la carne de mi padre consumida por el fuego, la piel abriéndose y ennegreciéndose en su arrugado cuerpo, los ojos derritiéndose en sus cuencas. Sigo escuchando sus alaridos, sus maldiciones.
Desde entonces, solo oscuridad y arena, la certeza de la fatiga de un largo caminar y el recuerdo vago de conversaciones difusas en la niebla de la memoria. No sé cuánto tiempo vagué, ni qué extraña fuerza alimentaba mi débil cuerpo para seguir hacia delante. Tan solo los sueños han permanecido claros en las lagunas de mi mente. Sueños que acaban consumidos por el fuego de aquella noche en la que el dolor se hizo demasiado insoportable. Sueños en los que acabo solo, de nuevo, en un desierto de cenizas y huesos, bajo una lluvia de hollín. A veces las llamas salen de mi cuerpo, arrasando la belleza que me rodea. En otras ocasiones sobrevuelo ese desierto, deleitándome en la hipnotizante y seductora danza del fuego. En esos sueños el terror a las llamas, a quedarme solo en un mundo calcinado, desaparece, y me siento libre y poderoso.
A veces me gustaría sentirme así durante la vigilia, radiante, arrogante, capaz de enfrentar todo. O al menos poseer el valor suficiente para poder afrontar una conversación sin sentir que todo lo que digo está mal, o que ofenderé a los demás solo con mi presencia. Sin miedo a un castigo... Incluso querría poder confiar en alguien más que Blizz, acercarme los pocos que se han dignado a hablarme. Pero, lo que de verdad deseo ahora, por lo que sería capaz de dar una mano, es sentir el calor que palpita en mi interior durante esos extraños sueños. Nevesmortas es rara para mí, me siento realmente fuera de lugar, pero valoro su tranquilidad y su agradable sencillez. Es un buen lugar donde empezar de nuevo, aunque el frío sea insoportable. Lluvia, nieve, hielo… da igual cuantas capas de abrigo me pongo, el frío se cuela en mis huesos y me hace temblar como a un camello enfermo
Algún día me acostumbraré. O eso espero...
Recuerdo a mi padre. Ojalá no apareciera en mis pesadillas. Su voz autoritaria y estricta. Sus manos manchadas con mi sangre. A veces incluso sueño que me quería, que para él era algo más que un juguete.
Recuerdo el día que los perdí a ambos. El fuego consumiendo mi hogar, mi prisión. Las llamas crepitando entre los muros de la mansión, arrancando gritos de dolor y agonía de los esclavos. Aun puedo ver las llamas palpitando en mis maltrechas manos. Aun puedo oler la carne de mi padre consumida por el fuego, la piel abriéndose y ennegreciéndose en su arrugado cuerpo, los ojos derritiéndose en sus cuencas. Sigo escuchando sus alaridos, sus maldiciones.
Desde entonces, solo oscuridad y arena, la certeza de la fatiga de un largo caminar y el recuerdo vago de conversaciones difusas en la niebla de la memoria. No sé cuánto tiempo vagué, ni qué extraña fuerza alimentaba mi débil cuerpo para seguir hacia delante. Tan solo los sueños han permanecido claros en las lagunas de mi mente. Sueños que acaban consumidos por el fuego de aquella noche en la que el dolor se hizo demasiado insoportable. Sueños en los que acabo solo, de nuevo, en un desierto de cenizas y huesos, bajo una lluvia de hollín. A veces las llamas salen de mi cuerpo, arrasando la belleza que me rodea. En otras ocasiones sobrevuelo ese desierto, deleitándome en la hipnotizante y seductora danza del fuego. En esos sueños el terror a las llamas, a quedarme solo en un mundo calcinado, desaparece, y me siento libre y poderoso.
A veces me gustaría sentirme así durante la vigilia, radiante, arrogante, capaz de enfrentar todo. O al menos poseer el valor suficiente para poder afrontar una conversación sin sentir que todo lo que digo está mal, o que ofenderé a los demás solo con mi presencia. Sin miedo a un castigo... Incluso querría poder confiar en alguien más que Blizz, acercarme los pocos que se han dignado a hablarme. Pero, lo que de verdad deseo ahora, por lo que sería capaz de dar una mano, es sentir el calor que palpita en mi interior durante esos extraños sueños. Nevesmortas es rara para mí, me siento realmente fuera de lugar, pero valoro su tranquilidad y su agradable sencillez. Es un buen lugar donde empezar de nuevo, aunque el frío sea insoportable. Lluvia, nieve, hielo… da igual cuantas capas de abrigo me pongo, el frío se cuela en mis huesos y me hace temblar como a un camello enfermo
Algún día me acostumbraré. O eso espero...
