-Cariño, cuando dijimos que queríamos un retrato familiar, nos referíamos a que aparecieses en él y pintara otro.- Dijo la bella elfa que posaba con a su marido junto a la fuente del jardín.
-Sabes que prefiero esto, madre.- Se escuchó tras el lienzo.
Las puertas se abrieron y salió al jardín el asistente del elfo .
-Traigo un mensaje para la dama Melbirith, señor.- Esta, asomo la cabeza tras el lienzo y salió corriendo a recoger el mensaje.
-Eso si que es nuevo, despegándose a toda prisa de un cuadro sin terminar- Dijo la madre de la joven elfa, Kalendra
-Hemos escuchado rumores sobre tus nuevos amigos- Dijo su padre, Rendrith, con voz seria y Melbirith se detuvo, nerviosa -Humanos... No puedo decir que me haga especial ilusión, pero tampoco puedo pedir mucho cuando por fin alguien no huye de tu lado.- Melbirith sonrío, leyó el mensaje y salió corriendo, cruzando la puerta de la casa.
-Me temo que habrá que seguir otro día con el retrato. -Dijo Kalendra al ver marcharse a su hija.
Melbirith siempre había tenido problemas para tratar con las personas, nunca se callaba lo que pensaba y siempre empleaba una sinceridad aplastante, sin pensar en lo que podría ocasionar lo que dijese y por eso se encerró en la pintura, donde solo estaba ella. Fue así hasta que, paseando por el mercado, conoció a dos hermanos humanos que, más que molestarse por su forma de tratar con al gente, les hizo gracia y admiraban el que no mintiese por complacer a alguien. Y por fin pudo decir que tenía amigos.
A ambos jóvenes les encantaba competir entre ellos con el estoque, pero el mayor, Ed, destacaba sobre el pequeño Aleks, y siempre repetía que quería ser el mejor espadachín del mundo por lo que entrenaba a todas horas para perfeccionar su técnica. La dedicación a cumplir su sueño, despertó una profunda admiración por parte de Melbirith, quien decidió quería ser una reconocida pintora. Con el paso del tiempo, esa admiración se convirtió en un sentimiento distinto, algo que a ella le avergonzaba reconocer, pero que tanto su familia, como el menor de los hermanos veían con claridad.
Pasaron los años, y tanto la habilidad del espadachín, como el amor que se profesaban, creció sin igual y cuando Ed pudo vivir de su estoque, se propuso en matrimonio y Melbirith, a pesar de la primera opinión de sus padres, aunque más tarde dieron por imposible algún otro desenlace, aceptó. Muchos preparativos estaban completados, y los dos hermanos partieron a su tierra a buscar a sus padres. Melbirith con la excusa de preparar más cosas, se quedó para pintar en secreto un cuadro de la pareja.
La espera se le estaba haciendo eterna, aunque un par de meses no eran nada para una elfa, sentía como si fuesen años; al menos servía para dedicarle todo a su pintura, la cual casi estaba terminada.
Estaba trabajando en ello, cuando escuchó la campana de la puerta y salió corriendo, como tantas otras veces había hecho ya.
Al abrir la puerta la alegría la invadió, pero solo duró un instante. Al ver solo a Aleks y la mirada, llena de dolor, que le devolvía supo que algo terrible había pasado, y algo en su interior comenzó a derrumbarse.
El joven contó a Melbirith y su familia lo que ocurrió. Cuando ambos hermanos llegaron a su tierra, una epidemia azotaba la zona, y sus padres estaban enfermos. Ed, presa de la desesperación por encontrar una forma de ayudar a sus padres, cayó enfermo. No pasó mucho tiempo hasta que los infectados murieron uno a uno, quedando apenas un puñado de supervivientes que, para evitar que ese mal se extendiese a otros lugares, quemaron la aldea y a las víctimas.
Rendrith, vio a su hija, carente de emoción, la mirada vacía y se fijó en el joven. Estaba devastado por la perdida de su familia y, pensando que eso podría ayudar a ambos, le ofreció un hogar y trabajo en la casa, y este, al haberlo perdido todo a excepción de su amiga, aceptó.
Hacía rato que Melbirith no escuchaba nada, notaba como una parte de ella había desaparecido, la emoción estaba siendo sustituida por dolor, la alegría por culpa. Si no se hubiese quedado pintando, habría podido ayudarle, puede que evitar que muriese o, al menos, haber muerto juntos. Acarició los pendientes de su oreja derecha, esos que se puso en un acto de rebeldía, esos que le había regalado Ed hacía tanto tiempo, lo único que iba a conservar...
Largo tiempo pasó mirando ese cuadro, aquel en el que había puesto todo su alma, el que deseaba que fuese su mejor obra, el origen de su culpa. Muchas veces deseó romperlo, otras tantas quemarlo, pero cuando se disponía a hacerlo se quedaba paralizada. Parecía tan vivo, tan real, como si nada hubiese pasado, ahí estaba, al alcance de su mano, le hablaba pero no tenía respuesta.
Se encerró en si misma, se distanció aún más de la gente, el dolor que la consumía creó una gélida coraza en su interior. Solo su único amigo parecía poder debilitar esa coraza, a veces pasaban horas hablando y, en ocasiones, un eco de su antigua felicidad aparecía, pero Mel se aferraba a la nostalgia, y no duraba mucho.
Los años pasaron, su amigo era ya un anciano, su hijo siguió sus pasos y trabajó en la casa, y su nieto correteaba por los jardines, pero para Mel nada había cambiado. Fue en una de esas charlas, cuando al volver vio su habitación abierta, el cuadro que tiempo atrás había cubierto, destapado y al mirar abajo, un niño. El pequeño tenía un pincel, e imitaba la pose del dibujo. El miedo se dibujó en su cara cuando un único "fuera" fue lo que salió de su boca y vio en la puerta a la elfa, agarrándose al marco de la puerta y una mirada tan fría como una noche de invierno. El muchacho salió corriendo, sabiendo que se había metido en un lío.
Fue ahí,tras pasar la noche en vela, arrodillada junto a su cuadro, cuando tomó una decisión. No podía cambiar el pasado, no podía eliminar la culpa, pero si podía hacer otra cosa.
Una mañana, cuando el anciano paseaba, vio a Melbirith practicando con un estoque.
-Nunca hubiese imaginado que fueses a hacer esto ¿A qué se debe?
-Hay un sueño por cumplir.- Dijo esta sin dejar de practicar.
-Pensaba que tu sueño era ser una gran pintora.
-Mi sueño era ser una gran artista. Solo he cambiado de herramienta. Puedo hacer que la lucha sea un arte. Puedo hacer que el verme sea un regalo para la vista.- La joven se detuvo durante un momento. -Puedo cumplir dos sueños.
El anciano no supo como reaccionar a esto. Hacia tiempo que había superado la perdida, había olvidado ciertas cosas. Comprendía que para su amiga, tras casi 60 años, era como si apenas hubiesen pasado unos días y le alegró que al fin hiciese alguna actividad, pero le entristeció lo que le llevaba a ello.
Melbirith pasaba los días dedicándose al estoque, y casi siempre veía a ese niño espiándola, y uno de esos días, armado con un palo saltó delante de ella, desafiándola a un duelo. Primero le miro molesta y en la distancia, vio a su anciano amigo, quien le dedicaba una sonrisa y volvió a mirar al muchacho y suspiró.
-Si quieres desafiarme, lo primero que tendrías que hacer es practicar en vez de espiar, y tira ese palo, eso es cosa de salvajes.
Ambos se dedicaron a entrenar durante años, y el joven, como su abuelo, parecía tener la habilidad de debilitar temporalmente la coraza interna de la elfa.
Llegó el día que supo que practicando en su casa no iba a mejorar más y decidió marcharse a mejorar su técnica por la Marca. Preparaba sus cosas cuando vinieron a avisarle que el anciano, que apenas podía ya salir de su cuarto, quería hablar con ella.
-Tu familia se ha portado muy bien conmigo y con los míos, y siempre os lo agradeceremos. He tenido una buena vida gracias a vosotros, y lo único que lamento, es que la causa de formar parte de tu familia, fuese por la pérdida, y no por la unión. -El anciano hizo una pausa antes de continuar. -No tengo ningún derecho a pedirte nada, pero me temo que he de hacerlo. Sé que partes pronto, y me gustaría que te llevases a mi nieto contigo, le vendrá bien ver mundo, y así al menos tendrás compañía.
A pesar de la razón que le dio, el anciano sabía que en realidad podía ayudarle más a ella, tener alguien en quien parecía confiar, alguien en ocasiones parecía recuperar esa parte de la elfa que quedó bajo el dolor.
A pesar de no hacerle mucha gracia al principio, Melbirith aceptó, y al salir de la habitación, aviso al joven que preparase sus cosa ya que partirían en dos días.
Los primeros rayos de sol entraban en la casa cuando Tybalt bajó la escalera, bostezando y quejándose de la hora.
-Menos lloriqueo, si tan decidido estás a ser el segundo mejor espadachín, tienes que empezar a tomártelo en serio.
-Nada de segundo, seré el mejor y tendrás que vivir a mi sombra.
-Si ni siquiera demuestras interés no vas a poder aspirar a gran cosa. Pero ya veremos... En marcha muchacho, tenemos un largo camino por delante.
Melbirith
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