Perros y niños
-Aquí está el maldito crió, ¿donde está mi dinero?
La voz de la mujer no se quebró ni un poco al recibir unas míseras monedas de Plata a cambio de su tercer hijo. ¿Por que debía hacerlo? Ella no pidió tenerlo y el niño no servía para nada, no era ni fuerte ni particularmente sano y una boca más que alimentar hace todo más difícil.
En los barrios bajos de alguna villa perdida por Amn se compra de todo y suelen pagar bien por ello, incluso personas. Dicen que los esclavistas tratan bien a sus animales mientras ellos se comporten.
Ahora Welsh no era más que eso, un animal, una propiedad, un esclavo que tenía que ser entrenado, solo habría que buscar para que sería especialmente bueno ¿Limpieza, cocina, diversión, el juguete de algún perverso? Siempre hay un noble excéntrico dispuesto a pagar por un niño joven bien entrenado.
Pero hay algo que los niños y los animales salvajes comparten, no tienen respeto por la autoridad. Intenta tu convencer a un perro sin adiestrar para que se siente o a un pequeñajo de unos 6 años para que te limpie tu habitación o te haga un buen té. No, no es tan fácil, el animal te ignora y el niño, el niño es peor, hará un berrinche, llorará, pedirá por sus padres y si es de los intensos quizás hasta te muerda.
Por eso la gente prefiere adiestrar animales, las personas son más difíciles.
Pero los esclavistas tienen técnicas para todo, son hombres muy versátiles, déjales un perro y en menos de un mes le enseñarán a sentarse y dar la pata, entre mas inteligente sea el perro, menos palos habrá que darle. Algo que los animales y los jóvenes comparten.
Todo buen esclavista sabe que lo primero qué hay que enseñarle a un esclavo es a conocer su lugar, “quebrarlo” como le dicen en la jerga que ellos usan. Unos cuantos años de dormir en el suelo con un grillete en sus pies y de comer sobras, pegarle lo justo (¿no queremos que el producto se eche a perder verdad?) y exigirle de más. Cuando lo compren pensará que está en el cielo con sus nuevos dueños, hasta estará agradecido el pobre diablo.
Ahora lo llamaban Kopolo, un nombre que significa “esclavo” en algún dialecto perdido en el sur.
Poco tardó Kopolo en entender cuál era su lugar, al primer berrinche le sucedió una buena tunda, a la primera queja unos azotes, si preguntaba de más no cenaría y si quería opinar sobre algo, lo metían en su jaula. Pero eso es lo bueno de los niños pequeños, aprenden rápido lo que se les enseña.
Pero había un problema, era un dolor de cabeza para sus entrenadores, al poco tiempo el niño hacía todo sin chistar y parecía tener buenos modos, incluso con el que se encargaba de azotarlo de tanto en tanto. Pero había algo, un pequeño brillo en sus ojos, un deje de esperanza que parecía nunca apagarse, ningún noble quiere un esclavo con esperanzas ¡para eso tienen a sus hijos! Mientras ese brillo siguiese ahí, Kopolo valía lo mismos que cuando lo compraron, unas míseras monedas de Plata.
Así pasaron unos cuantos años para Kopolo que ya tenía unos 12 inviernos vividos, el gran día se acercaba, dentro de poco habría una “Feria” en los barrios bajos, donde exhibirían a los animales y a los esclavos bien entrenados. Los nobles enviarían a sus alfiles de confianza a comprar la mejor mercadería que El Oro pudiese pagar y con un poco de suerte, el joven Kopolo llamaría la atención de alguno.
Ese día fue especial, a Kopolo le permitieron tomar un baño y le dieron ropa sin agujeros. Había que exhibirlo como el gran producto que era. Quizás una cara amargada que contrastase con esas pintas harían que algún comprador cayese en la trampa. En la trampa de comprar a un niño que aún no pudo ser quebrado.